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Cómo cambié mi divinidad por una manzana.

Quien me conoce sabe que soy muy aficionado a viajar. De todas las maneras, por cualquier excusa. Viajar da una nueva perspectiva, crea anécdotas maravillosas con las que enriquecer tu vida y la de los demás.
Esto que os voy a explicar es mi último viaje. No contaré los detalles que me llevaron hasta ello. Mi viaje empieza a los 20 minutos de que aquél hombre sabio me diera ese brebaje. Me tumbé en mi cama y me desmayé. De repente me vi a mí mismo en un aeropuerto.
Normalmente con la euforia de querer subir al avión para ver qué deparará el futuro, poca gente suele girarse para ver lo que deja atrás. Yo ya cometí ese error, así que esta vez miré atrás para ver bien de qué me despedía. Era yo. Y también estaba yo. Y yo también. Y también yo. Eran todas las versiones de mí que han existido antes de cada evento de mi vida que me marcó. No pude evitar llorar.
Y me hablaron. Cada uno con la personalidad que tuve en aquél entonces. Algunas irritantes, otras demasiado inocentes. No pude más que compadecerme por aquellos pobres diablos, ya que debían pasar aún por muchas de las putadas que yo ya dejé atrás. O eso pensé.
Fijándome un poco, vi que sólo eran fantasmas. Muertos. Gente que existió antaño, pero hoy solo son espectros en la memoria de la gente. Y en mi conciencia.
Sabiendo esto, no quise facturar nunca más ningún saco de cadáveres. Se quedan en tierra y yo no volveré a por ellos.
Tuve que despertarme para limpiarme las lágrimas. Fue duro, pero ya no soportaba esa carga, y nunca más la volveré a soportar. Volví a relajarme y me volví a desmayar.
Me encontré en frente de un río. A su lado, una vaca que pretendía beber agua. Dentro del río, un cocodrilo acechando a la espera de que su presa se acercara. Yo lo era todo. Era la vaca que tenía sed, era el cocodrilo que tenía hambre, era el río corriendo, el aire volando, la hierba creciendo, el cielo nublado... Pero, ¿Qué haces cuando lo eres todo? Quería comerme a la vaca, pero también quería salvarla. Pude haber hecho tronar para que ambos se asustaran, pero el cocodrilo moriría de hambre. Pude haber hecho que la vaca se acercara para saciar su sed, pero el cocodrilo la mataría...
Al final, únicamente pude dejarme llevar por mi impotencia mientras era testigo de un asesinato. Me desperté antes de que la sangre tocara el río.
Bebí agua a duras penas, puesto que la anterior visión me dejó muy mal cuerpo. No quería más visiones. Pero no era yo el que decidía. Me volví a desmayar.
Esta vez, estaba en el mar, con muchas tortugas. Seguía teniendo el don de ser etéreo, omnipresente y omnisciente, por lo que me hice uno con el mar y nadé con ellas. Un viaje maravilloso por toda la inmensidad del océano hasta acabar en una preciosa playa.
Arena blanca, sol dorado, olor a mar... Y humanos. Humanos que pisaban a esas tortugas sin que les importara el daño. Yo miraba con rabia, pero esta vez actué. Lancé una ola hacia uno de esos hombres, la cual se volvió afilada cual espada. Corté por la mitad a ese hombre. Vi sus tripas desparramadas por la playa. Vi cómo las tortugas se armaban de valor al ver la muerte del hombre y empezaban a defenderse a mordiscos. Vi a dos niños llorar y gritar "papá". Vi cómo mi ira se transformó en culpa. Desperté de nuevo.
No soy tan necio de suplicar "no, otra vez no" a alguien o algo que sé que no me hará caso, así que esta vez simplemente me tumbé y dejé que pasara.
Esta vez era un cadáver recorriendo el río. No podía mover mi cuerpo, pero disfruté del viaje. Hasta que mi brazo se atascó en la orilla y no pude continuar. Pasó cerca un elefante, quien me miró con cara de pena, pero se fue sin más. Luego un mono se me quedó mirando mientras comía unas fresas. ¿Qué coño les costará a estos animales darme una patada en el brazo para que pueda descansar en paz de una puta vez? Espera... Después de haber cortado a un tío por la mitad con agua, creo que mover un brazo no será demasiado complicado. Bingo.
Seguí bajando por el río hasta una catarata, donde no caí. Me quedé flotando hasta que se rompió ese cadáver donde estaba preso, y subí hacia arriba. Allá entre las estrellas, en medio de una danza cósmica sin principio ni fin. Pero algo me impedía unirme a ellas. Aún me sentía culpable por la vaca, por el cocodrilo, por el hombre al que corté por la mitad y por los huérfanos de la playa.
De repente, la tierra tomó forma de mujer. Esa mujer era mi abuela, quien me regaló unas palabras: "no puedes hacer más, has sido un buen guerrero, descansa". Me dio un abrazo justo antes de despertarme.
¿Así es todo? ¿Haga lo que haga, siempre habrá sufrimiento y, al final, tendré el mismo amor y un saco lleno de remordimientos? No le veo sentido a nada. Pero por muy harto que estuviera, ese brebaje aún tenía más torturas psicológicas que regalarme, así que volví a desmayarme.
Aproveché para huir de todo. Me fui volando. No quise saber nada de seres vivos, tan solo volé muy rápido para olvidar que era una especie de ser etéreo, o un Dios. Volé y volé hasta encontrar una luz que me llamó la atención. En lo alto de una torre había una manzana que brillaba como el oro. Quise alcanzarla, pero noté que algo me lo impedía. La voz de mi abuela volvió a aparecer. Me dijo que debía deshacerme de mi poder y mis remordimientos. Estuve un rato pensando en que, si me deshago de todo eso, otro pobre desgraciado como yo puede acabar con esa carga. Pero me decidí. Volví a tener cuerpo mortal, ya no era omnipresente ni omnisciente, era sólo un mortal con su manzana.
No os imagináis cómo me enfadé cuando me desperté y vi que no tenía ninguna manzana en mi mano. Pero era libre. No más responsabilidades por hacer algo o por no hacer nada siendo un Dios. Aunque aún no era libre de ese brebaje del demonio.
El desmayo me trajo a un pequeño cuerpo envuelto en preciosa seda blanca, que percibía aromas exquisitos y un entorno rodeado de lujos. Pocos segundos de júbilo que finalizaron con un señor viejo cogiéndome la cara y besándome con sus ásperos labios y su puntiagudo bigote. Noté cómo su lengua se abría paso entre mis labios. Era vomitivo. Era mi marido. Yo tenía nueve años, y a esa edad las niñas como yo eran emparejadas y casadas a cambio de dinero, ganado o tierras.
Tan sólo pensar en una polla desgarrando mi pared vaginal se me erizaba la piel del miedo.
De golpe, me vi sola en frente de una puerta abierta. Podía huir hacia el desierto y evitar que me violaran. Pero seguramente moriría. ¿Sufrir algo que ya sé o sufrir algo desconocido antes de morir? Quise despertarme antes de tomar una decisión.
Ya no más. Se acabó el efecto del brebaje. Me paré a mirar mi camiseta antes de ponérmela. Steel Panther... Una panda de payasos que trivializan todo lo que ven y se mofan de todo aquello que existe. Tras todo lo que he vivido, creo que esa es la actitud menos dañina. La última vez que quise cambiar las cosas tomándome algo en serio, corté a un hombre por la mitad, dejé huérfanos a dos niños e hice que un montón de tortugas atacaran a un pueblo entero. Nunca me había sentido tan orgulloso de llevar esa camiseta.
Dejé mi cama y subí al comedor, donde aquí me encuentro, comiéndome una manzana y escribiendo todo esto.
Soy consciente de que puedo parecer un cobarde. He dejado mucho sufrimiento a mi paso. Pero soy mortal y ahora mismo sólo tengo responsabilidad con esta manzana.
La vaca, el cocodrilo, las tortugas, el hombre de la playa, sus hijos, el elefante, el mono, la niña violada o muerta en el desierto... Yo, como mortal, sólo puedo comerme mi manzana. Si quieres un consejo, cómete tu otra y ni se te ocurra querer ser un Dios. La carga es demasiado pesada.

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