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La obra de Martin

Martin se crió en un ambiente teatral, y de tanto ver las mismas obras día tras día, empezó a observar al público: las risas, los sonidos de asombro, los llantos... y al final un enorme aplauso.

Conforme Martin iba creciendo, vio paralelismos entre la dinámica del teatro y la vida real: momentos angustiosos, felices... y decidió vivir la vida disfrutándola tanto como ese público imaginario disfrutaría viéndole.

Martin vivió pensando en ese público, y en cómo reaccionaban tras cada evento de su vida. Llegó hasta tal punto que, cuando pasaba algo gracioso, esperaba para hablar, dándole tiempo al público para que deje de reir. Era una rareza que pasaba desapercibida, incluso a una chica le pareció "mono". Chica con la que pasó el resto de su vida.

Un matrimonio largo, con altibajos. Con Martin cada vez más pendiente de su público que de su vida real.

Pasaron los años de una vida idílica, hasta llegar al tierno y triste momento de varios familiares frente la cama de un viejo Martin. Había sido un padre, abuelo, tío y vecino ejemplar, eso enloquecía al público. Había sido gracioso, altruísta y generoso. Era muy querido por todos y, por lo tanto, el protagonista. ¿No? Eso se estuvo preguntando Martin toda su vida. "¿Soy el protagonista?". Con todos pendientes de él, Martin figuró que sí, y por fin pudo irse en paz, para recibir ese aplauso que llevaba deseando desde que era niño.

Se despidió de todos. Su ritmo cardíaco iba disminuyendo. Sus ojos se cerraban. Todo se volvió oscuro. Martin tenía sueño, pero quería abrir los ojos para ver a su público por última vez antes de recibir aplausos... Pero Martin murió, sólo obtuvo oscuridad y silencio.

Tras haber sido siempre lo que quiso el público, nunca obtuvo su aplauso final. No había público, no había obra y Martin no era un protagonista.

Nadie lo es.

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