Érase un pueblo.
Una noche, se oyó un grito. Era un niño avisando de un incendio. Se quemaba el granero. Todo el mundo fue a ayudar a apagar el fuego, pero éste ya había consumido bastante del edificio. Poco se pudo salvar. Entre todo el caos, un hombre alto vio que el niño llevaba una caja de cerillas en la mano, y le preguntó:
- ¿Has sido tú quien ha quemado el granero?
- No señor, yo no he quemado el granero, ha sido el fuego.
El resto del pueblo lo escuchó y empezó a maldecir al fuego. El fuego tenía la culpa de que el granero estuviera destruido.
La noche siguiente se escuchó otro grito, era en el mercado. Otro incendio. Otro intento inútil de apagarlo. El hombre volvió a ver al niño con la caja de cerillas.
- ¿Has sido tú quien ha quemado el mercado?
- No señor, yo no he quemado el mercado, ha sido el fuego.
De nuevo, el resto del pueblo lo escuchó y empezó a maldecir al fuego. El fuego era peligroso, debería prohibirse.
El alcalde, a la mañana siguiente, decretó una ley conforme prohibía el uso del fuego a todo aquél que no pidiera permiso al ayuntamiento.
Ese mismo día, por la tarde, se escuchó un grito. Era la madre del niño de la caja de cerillas llorando histérica ante una imagen atroz: su hijo había sido abierto en canal, sus tripas sacadas y, a su lado, estaba el hombre alto sujetando un cuchillo manchado de sangre.
- ¿Qué has hecho, desgraciado? - gritó la madre - ¡Has matado a mi hijo!
El hombre alto la miró sonriendo y, con tranquilidad, le dijo:
- No señora, yo no he matado a su hijo, ha sido el cuchillo.
Una noche, se oyó un grito. Era un niño avisando de un incendio. Se quemaba el granero. Todo el mundo fue a ayudar a apagar el fuego, pero éste ya había consumido bastante del edificio. Poco se pudo salvar. Entre todo el caos, un hombre alto vio que el niño llevaba una caja de cerillas en la mano, y le preguntó:
- ¿Has sido tú quien ha quemado el granero?
- No señor, yo no he quemado el granero, ha sido el fuego.
El resto del pueblo lo escuchó y empezó a maldecir al fuego. El fuego tenía la culpa de que el granero estuviera destruido.
La noche siguiente se escuchó otro grito, era en el mercado. Otro incendio. Otro intento inútil de apagarlo. El hombre volvió a ver al niño con la caja de cerillas.
- ¿Has sido tú quien ha quemado el mercado?
- No señor, yo no he quemado el mercado, ha sido el fuego.
De nuevo, el resto del pueblo lo escuchó y empezó a maldecir al fuego. El fuego era peligroso, debería prohibirse.
El alcalde, a la mañana siguiente, decretó una ley conforme prohibía el uso del fuego a todo aquél que no pidiera permiso al ayuntamiento.
Ese mismo día, por la tarde, se escuchó un grito. Era la madre del niño de la caja de cerillas llorando histérica ante una imagen atroz: su hijo había sido abierto en canal, sus tripas sacadas y, a su lado, estaba el hombre alto sujetando un cuchillo manchado de sangre.
- ¿Qué has hecho, desgraciado? - gritó la madre - ¡Has matado a mi hijo!
El hombre alto la miró sonriendo y, con tranquilidad, le dijo:
- No señora, yo no he matado a su hijo, ha sido el cuchillo.
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