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La oruga

Érase una oruga.
Arrastrada, venenosa, solitaria y fea. Ningún bicho quería estar cerca. Tampoco lo quería, se odiaba a sí misma. Un día subió a un árbol y se recluyó en su crisálida. Pudo huir del sufrimiento que le causaba el resto, pero no podía huir de sí misma. Surgió una lucha interna.
De la lucha interna vinieron las revelaciones. De las revelaciones el miedo. El miedo acabó desapareciendo y vino la voluntad. Y de la voluntad, la oruga empezó a meditar hasta que, un día, vio una luz y decidió salir de su refugio.
Era feliz. No era venenosa, no se volvería a arrastrar nunca más, era hermosa y podía moverse con total libertad por el aire.
Al verla, a muchos bichos que la conocían de antes les inundó una sensación desagradable. ¿Cómo podría ser que esa criatura antes tan repugnante hubiera conseguido ser feliz y libre mientras nosotros seguimos en el suelo sufriendo? Llenos de odio, empezaron a insultarla, luego a sacar a la luz el pasado asqueroso de la oruga y, finalmente, a inventar cosas horribles de ésta.
No obstante la oruga, ahora mariposa, nunca les hizo caso. Su vuelo era demasiado alto como para escucharles.

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