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Le gusta arrastrar

Me llamaron porque había algo ahí abajo.
Entré en ese hospital y me recibió una enfermera con cara de pocos amigos, una faz arrugada que no inspiraba ningún tipo de simpatía, era como una vieja monja de los años 70 con título de enfermería. A su lado había una niña pequeña, de unos 5 o 6 años, usaba su largo cabello para esconder su mirada, mientras sujetaba una muñeca hecha a mano con una funda de almohada con guantes cosidos en los costados, y un calcetín con boca y ojos pintados relleno de algodón como cabeza.
Sin mediar palabra la enfermera abrió una puerta y bajó cogiendo de la mano a la niña, dándome a entender que quería que les acompañara.
Bajando las escaleras fui notando cómo la iluminación iba disminuyendo poco a poco, mientras tanto la enfermera me explicó que la niña era la única persona que lo había visto, y desde entonces lo poco que hablaba era sobre él y su enorme sonrisa. En todo el tramo no vi a la niña hacer ningún tipo de movimiento más allá de bajar las escaleras al ritmo que marcaba la enfermera, parecía un títere. Tampoco vi ninguna expresión en su cara, era como un cadáver recién maquillado con los ojos abiertos.
Cuando llegamos al final de las escaleras, la luz era tan tenue que todo se veía en blanco y negro. Estábamos en una habitación vacía con un agujero que llevaba a un pasillo aún más oscuro. La enfermera me señaló el pasillo: "ahí debería estar". Antes de decir nada volví a mirar a la niña, quien ya no llevaba su muñeca. Me acerqué a ella y le pregunté "¿Ha sido él quien te ha quitado la muñeca ahora mismo?". Tras ello, la niña por primera vez posó sus ojos en mí y, sin transmitir ningún tipo de emoción, respondió "Sí... le gusta arrastrar...", y me mostró sus rodillas magulladas. Había sido él.

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