Un mendigo hambriento estaba pidiendo comida en la puerta del templo. Su aspecto descuidado y su discurso de desesperación hacía que la gente sintiera compasión por él. Un panadero se acerca y le da una barra de pan. Entonces le dice:
- Buen hombre, véngase conmigo a la panadería, le enseñaré a hacer pan y cada día usted podría trabajar y hacerse su propia barra de pan a parte de ganarse un sueldo.
- Muchísimas gracias, pero no me interesa. Como mendigo ya obtengo pan sin necesidad de trabajar.
El panadero se va, y el mendigo guarda el pan en su escondite. Luego vuelve y se sigue lamentando.
Entonces pasa por delante un pescador, quien le regala un pescado y le dice:
- Buen hombre, véngase conmigo, le regalaré una caña y le enseñaré a pescar, así cada día podría obtener sus propios peces.
- Muchísimas gracias, pero no me interesa. Como mendigo ya consigo pescado sin necesidad de pescar.
El pescador se va, y el mendigo guarda el pescado en su escondite. Luego vuelve y se sigue lamentando.
Al rato pasa un granjero, quien le da una bolsa con fruta, y le dice:
- Buen hombre, véngase conmigo y le enseñaré a plantar y cuidar un huerto, así podrá tener fruta y verdura por sus propios medios.
- Muchísimas gracias, pero no me interesa. Como mendigo ya consigo fruta sin necesidad de plantar nada.
El granjero se va, y el mendigo guarda la bolsa en su escondite. Luego volvió para seguirse lamentando.
Pasan varios días sin suerte para el mendigo, quien se mantenía con hambre para sonar más creíble. Cuando estuvo a punto de desfallecer por el hambre, vio que era momento de comer algo de lo que guardaba en su escondite. Pero al mirar, encontró que toda su comida se había podrido. El mismo olor le hizo vomitar, haciendo que perdiera fuerzas. Se arrastró como pudo a la puerta del templo, donde se desplomó en su sitio de siempre y se durmió para no despertar jamás.
Quien se regodea en su miseria, vivirá y morirá en miseria.
- Buen hombre, véngase conmigo a la panadería, le enseñaré a hacer pan y cada día usted podría trabajar y hacerse su propia barra de pan a parte de ganarse un sueldo.
- Muchísimas gracias, pero no me interesa. Como mendigo ya obtengo pan sin necesidad de trabajar.
El panadero se va, y el mendigo guarda el pan en su escondite. Luego vuelve y se sigue lamentando.
Entonces pasa por delante un pescador, quien le regala un pescado y le dice:
- Buen hombre, véngase conmigo, le regalaré una caña y le enseñaré a pescar, así cada día podría obtener sus propios peces.
- Muchísimas gracias, pero no me interesa. Como mendigo ya consigo pescado sin necesidad de pescar.
El pescador se va, y el mendigo guarda el pescado en su escondite. Luego vuelve y se sigue lamentando.
Al rato pasa un granjero, quien le da una bolsa con fruta, y le dice:
- Buen hombre, véngase conmigo y le enseñaré a plantar y cuidar un huerto, así podrá tener fruta y verdura por sus propios medios.
- Muchísimas gracias, pero no me interesa. Como mendigo ya consigo fruta sin necesidad de plantar nada.
El granjero se va, y el mendigo guarda la bolsa en su escondite. Luego volvió para seguirse lamentando.
Pasan varios días sin suerte para el mendigo, quien se mantenía con hambre para sonar más creíble. Cuando estuvo a punto de desfallecer por el hambre, vio que era momento de comer algo de lo que guardaba en su escondite. Pero al mirar, encontró que toda su comida se había podrido. El mismo olor le hizo vomitar, haciendo que perdiera fuerzas. Se arrastró como pudo a la puerta del templo, donde se desplomó en su sitio de siempre y se durmió para no despertar jamás.
Quien se regodea en su miseria, vivirá y morirá en miseria.
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