Este es Pedro. Pedro se queja cada día de fuertes dolores de cabeza. Pedro exige ayuda y comprensión. Ya no vamos a sitios ruidosos ni hablamos muy alto por Pedro. Le dimos un Ibuprofeno. Pedro dijo que no quería meterse químicos en el cuerpo. Le enseñamos técnicas de meditación y sanación espiritual. Pedro dijo que no creía en mierdas de hippies. Le dijimos que durmiera. Pedro dijo que no tenía sueño. Un día sorprendimos a Pedro dándose cabezazos contra la pared. Se ve que lo hace cada día. Le recomendamos que dejara de hacerlo. Pedro se enfadó diciendo que no es fácil, que nadie le entiende, que nadie le ayuda. Pedro siguió quejándose. Nosotros no pudimos ayudarle. Solo Pedro puede empezar a ayudar a Pedro. No sabemos si Pedro lo sabe. No sabemos si Pedro quiere saberlo. No sabemos si Pedro quiere aceptarlo. Un día, a Pedro se le partió el cráneo. Su sangre lo manchaba todo, había sesos en la pared. Pedro está muerto. Nosotros sabemos la causa. Pedro mató a Pedro. Pedro no ayudó a
Érase un leñador que desayunaba cada día en el porche de su casa, en el bosque, viendo a los ciervos comer, mientras tomaba su café, desnudo. Le encantaba observar con qué libertad brincaban, comían... nunca se acercaba a ellos, puesto que sabía que saldrían corriendo. No quería molestarles. Tenía miedo de que no volviesen. De entre toda la manada, había un ciervo que le cayó en gracia. Sus ojos le parecían los más bonitos que había visto. A veces se quedaba varios minutos mirándole fijamente mientras sonreía. En algunas ocasiones, creyó ver que el ciervo le devolvía la sonrisa. Un día, como otro cualquiera, salió con su taza de café a desayunar mientras veía a los ciervos. Puntuales como siempre. Pero no pudo ver al ciervo de los ojos bonitos. "Qué raro" pensó, aunque no le dio muchas vueltas. Al poco, vio a un hombre desnudo salir del bosque. Su figura era esbelta, un cuerpo perfecto, músculos definidos, piel suave, una cara preciosa, y unos ojos grandes e hipnotizantes, a